domingo, 26 de junio de 2011

La doctrina de J.L. Sampedro - Colaboración especial

Me envía mi amigo y compañero José A. San Miguel unas reflexiones sobre la desgarradora actualidad. Cuando las leí y ante la incuestionable fortaleza de sus argumentos, la veracidad de sus sentencias y el compromiso que acarrean, me obligaron a rogarle su publicación en este blog donde la gastronomía comienza a ser secundaria ante las actuales expectativas sociales y la desesperanza universal.
Urbi et Orbi................y del Orbi me quedo con el 20%.


El 15M o el despertar de la conciencia social.
Hoy, por recomendación de mi amigo Mariano, he tenido oportunidad de ver a través de internet los minutos que youtube ofrece de la entrevista/charla que hacía Iñaki Gabilondo a un hombre sabio que se llama José Luís Sampedro. Nunca la palabra sabio quedó mejor a nadie. Sabio y joven como el que más, a pesar del carné de identidad. Porque la juventud que cuenta es la de la cabeza, no la que biología y el calendario inexorablemente  imponen al cuerpo.
José Luís Sampedro tiene un discurso claro, enérgico, analítico, motivador. Tiene la virtud de saber verbalizar con exactitud lo que piensa. Y se le entiendo todo. Y todos lo entienden. No caben interpretaciones. Siempre fue así, aunque  parece que los años le hubieran aclarado aún más las ideas. Pero, lejos de sentirse superior, es capaz de escuchar con máxima atención cuanto se dice, y de interpretar certeramente lo que se quiere expresar, más allá de lo afortunado del discurso. Lo importante es la idea.
Con seguridad que muchas de las cosas que dice las hemos pensado todos. No hemos sabido expresarlas, pero las hemos pensado. Ni nos hemos atrevido  a decirlas en voz alta. Ni en las urnas. Todavía.
El 15M muchos jóvenes se echaron a la calle para expresar con claridad su desacuerdo con el mundo que les imponemos. Los políticos han sido el primer blanco de sus pacíficas críticas. Razón no les falta para ello, a fin de cuentas los elegimos para que construyan una sociedad más justa y equilibrada; una sociedad mejor. Y no lo están haciendo. No quieren, no saben o, lo que sería peor, no les dejan.
Estoy seguro que nuestros políticos entienden el mensaje. Unos más que otros, bien es cierto. Otra cosa es lo que demuestran en sus manifestaciones públicas, menospreciando cuando no denostando al movimiento y sus demandas. Yo entiendo esta actitud como una huida hacia adelante. Porque aceptarlas como justas, que lo son, les comprometería en una tarea abrumadora que la gran mayoría de ellos se sentirían incapaces de abordar. En este sentido echo en falta la figura del político líder capaz de aunarnos a todos en ese, por otro lado, inevitable esfuerzo de construir un mundo donde la mayoría y no unos pocos nos sintamos cómodos. Esto conlleva un peligro: que aparezca un salvapatrias, populista y con dotes hipnóticas que nos arrastre a todos, amparado en una mayoría democrática,  y acabe por destruir lo poco bueno que quede.
No soy un ingenuo. No puedo dejar de reconocer que las cosas no son tan fáciles. La globalización, aun teniendo efectos muy beneficiosos, tiene un lado perverso, especialmente la globalización económica. Muestra de ello es la deslocalización de grandes empresas a las que les sale más rentable deshacerse de su Centros Productivos en el primer mundo y trasladarlos a aquellos países donde la esclavitud está permitida, aunque eufemísticamente la llamen condiciones laborales más favorables para sus intereses. Los de las empresas, claro. Peor es el caso de los Centros Financieros que, amparados en la globalización, mueven ingentes cantidades de dinero de un lado a otro sin otro norte que la obtención del mayor beneficio posible. Y sin producir nada tangible, ni prestando  servicio alguno a la sociedad. Y sin valorar, porque no les importa en absoluto, los efectos que inexorablemente producirán estos movimientos de capital sobre cientos de miles, tal vez millones de personas.  Y sólo favoreciendo a un ínfimo porcentaje de personas de entre los que poblamos este planeta. Y sin, al parecer, control por parte de quienes elegimos para hacerlo.
La reivindicación es social, pero el problema es económico. Mejor dicho, de control de la Economía mundial. Los inversores, término eufemístico que hoy aplicamos a los simples especuladores y/o usureros, no conocen ni a su padre cuando de beneficios se trata y, amparados en la libertad de mercados, hacen sus apuestas en esos grandes Zocos que llamamos Bolsa de Valores. Toda decisión adoptada por cualquier gobierno, cada ley aprobada en cualquier parlamento es analizada por especialistas de todo el mundo y reflejada, pocos minutos después, en los índices bursátiles. ¿Son entonces gobiernos y parlamentos, en representación nuestra, libres de construir la sociedad que queremos? No, so pena de sufrir el duro castigo de los mercados. Ningún partido político actual asumiría ese peaje.
La conclusión parece clara. La solución, también. Clara que no fácil. Debemos de humanizar la globalización, la económica particularmente. Pero, resolver un problema global requiere un compromiso global. El hecho de que el movimiento 15M haya tenido réplicas en otros países de nuestro entorno me hace albergar esperanzas. Muchos han salido a la calle pero seguro que muchos más, que no salieron, apoyan la causa. Somos muchos. En realidad, somos todos. Y podemos. Y debemos.
Me considero hombre de izquierdas. Quiero decir con ello que lo social me parece tanto o más importante que lo individual. No soy, en cambio, extremista. Defiendo un mínimo digno para todos, pero que el esfuerzo personal tenga también su recompensa. Sin exageraciones, eso sí. Los sueldos euromillonarios de algunos financieros y empresarios me parecen, simple y llanamente, inmorales y, por ello, inaceptables. Y el mínimo digno lo defiendo para todos los que poblamos la tierra. Lo hago por justicia, pero también por egoísmo. Antes o después los habitantes del tercer mundo llamarán a nuestra puerta exigiendo abrigo. Y no aceptarán un NO. Más nos valdrá que, puestos a construir una nueva casa, hagamos una que nos acoja a todos. Pablo Milanés lo expresó mucho mejor en una canción inolvidable:
            “La vida no vale nada
si no es para merecer
que otros puedan tener
lo que uno disfruta y ama”
Enfrentarse a la hegemonía económica para poder hacer un reparto justo de la riqueza. ¿Qué Partido Político se atreverá a abanderar esa cruzada? De los actuales conocidos y con posibilidad de gobierno ninguno. Porque uno se somete a los dictados del mercado obligado y sin convicción y el otro lo hará encantado desde el momento en que son coincidentes con sus planteamientos ideológicos. Pero un Partido Político no es nada sin el necesario y suficiente apoyo ciudadano. ¿Qué ocurriría si el porcentaje de abstenciones y votos en blanco se incrementara significativamente? Esa situación, de darse, no haría otra cosa que acentuar el despótico poder que la economía ya ejerce. La democracia ya no es que no sería real, quedaría definitivamente herida de muerte.
El sistema democrático basado en los Partidos Políticos no tiene alternativa, que yo conozca al menos. Si los actuales no son capaces de atender las demandas de quienes los eligen plegándose a los dictados/imposiciones de Fondos Monetarios Internacionales, Bancos Centrales y Agencias de Valoración, verán como, más pronto que tarde, les dan la espalda sus votantes. Cambian o desaparecen y son sustituidos por otros nuevos capaces, al menos, de plantar batalla. Los ciudadanos no somos tontos, sólo queremos que se nos diga la verdad, que se nos expliquen claramente las consecuencias y después decidir si vamos a las trincheras o perseguimos la zanahoria de un bienestar efímero.
Los jóvenes han salido a la calle a decirlo alto y claro. Hagamos como José Luis Sampedro, el más joven de todos, escuchémoslos atentamente, animémoslos y ayudémoslos. Ellos son nuestra esperanza. Ellos son el futuro.
José Antonio San Miguel-2011

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