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Esta receta es la continuación de la relación epistolar entre mis amigos del blog TUBAL y el que suscribe. Iría siguiendo a la receta que ellos elaboraron del "Pastel de Remolacha y Arenques".
A diferencia de ella, esta no se ha elaborado aun, y ante la incertidumbre de su resultado final, si cambiará el ritmo de visitas al "servicio" ( aunque durante toda mi vida he oído bater), si da dolorcito de barriguita o simplemente es infumable, reto a quien pueda y desee, que la elabore y me comente el resultado, respetando, eso sí, que a mis padres hace muchos años que se les acabaron los telediarios.
Catiuscas originales
Aprovechando mi inspiración a la rusa (obedece, esta sentencia, a los acordes de la Obertura 1.812 de Piotr Ilich Chaikovski, que me deleita mientras escribo estas memeces), he caído en una receta que denominaremos con el pomposo título de "Catiuscas", que nuestro DRAE no reconoce, por qué él, muy suyo de majestuosos señores mayores con barba blanca y quevedos al uso, decidió cambiarme las "Ces" por las "Kas" (de naranja o limón o simplemente tónica Kas), considerando que estas últimas eran más rusas, y olvidando que las "Ces", son más de andar por casa, como nos demuestran los cordobeses con su sonoro y comodín vocablo "Cipote", expresión que lo mismo sirve para planchar un huevo que freír una corbata. Y, claro está, yo soy más de Ces que de Kas y lo dejamos aquí por qué no terminaremos nunca con esto de la "Ceca a la Meca".
Volvemos pues a las Katiuskas, que como su nombre indican son esas botas de goma usadas para la lluvia, a pesar de su fatídica permeabilidad, permitiendo al agua entrar como Mateo por su casa en nuestros pies y que a mí y cuando era pequeño, me los dejaban como garbancitos remojados en color chungo, y que tanto se usan en Rusia.
Y como esta receta gusta tanto entre los moscovitas, he decidido intitularla "Catiuscas".
Ya sé que el desarrollo no es muy convincente pero si alguien me explica lo de la "Ensaladilla Rusa", y es capaz de persuadirme, pues yo, y en compensación, le dejaré que le ponga el nombre que quiera a esta elaboración. (Quid pro quo).
Ponemos en una cazuelita un fondito de aceite de oliva virgen extra (siempre debe ser virgen y extra, vocablos que ya lo expresan todo), y le añadimos una cebollita muy picadita, para que, y una vez en el fuego (si no se lleva al fuego difícilmente podremos lo que se dice "cocinar"), la dejemos rehogar y tomar un agradable color doradito sin pretensiones capitalistas. Le agregamos una cucharada sopera y colmadita de harina de trigo y lo mareamos hasta que comience a dorarse la harina, operación en la que con uno o dos minutos se ha concluido. Ahora la cebolla está recubierta de un glaseado blanquecino y nos está pidiendo a voces un chorrito de lo que sea; y que mejor que un viaje generoso de sanluqueña Manzanilla (A falta de Manzanilla, un buen vino blanco de uva verdejo, riesling, palomino, garnacha blanca o cualquier otra, será suficiente pero la ligada blanca será menos sápida y es que la Manzanilla es única para el copeo y estos menesteres). Ligamos la roux (por eso he determinado ponerle Catiusca a la receta por que la fonética de "roux" me suena a ruso) y todo espesará adquiriendo una textura brillante y apetitosa. Dejamos que evapore los alcoholes del vino considerando que es bueno para la salud y el medio ambiente, aunque de esto último no estoy muy seguro, pero queda "políticamente correcto" y cursi de alpargateo. En este punto le añadimos una buena porción de queso viejo, rayado con el microplane®, y le sumamos pimienta negra recién molida y una pizca de nuez moscada y ya tenemos el fondito necesario para seguir con las Castiuscas, que como con solo el vino no estará suficientemente ligado, lo arreglamos con un poco de crema de leche o leche entera sin más, hasta obtener una textura adecuada al gusto del ejecutor.
Fueraparte, prepararemos unos lomos de merluza, típicamente rusa, de esas que venden congelados, ya sea en tiendas al uso o la que viene dispuesta en brik de la marca del capitán ese que va de amarillo gafe; cualquiera es buena. Poeso, con un par de lomos será suficiente, y una vez descongelados, los sumergimos en leche y los dejamos reposar como si fueran la Cleopatra en sus habituales baños, dando por hecho que aquellos eran de leche de burra y estos de la merluza, ¡La pobre!, son de leche de vaca.
Pasado un tiempo prudencial de unas horas, los sacamos del baño lácteo, los secamos con papel de cocina (algún día tenemos que escribir o hablar de este papel tan versátil), lo salpimentamos y le damos una capita de aceite, como si fueran unas friegas, nada de abusar. Los metemos en un recipiente ad hoc y lo llevamos al microondas durante dos minutos, ni uno más, a máxima potencia. Con este tratamiento térmico, saldrán al punto de jugosidad, siempre y cuando sean de iguales dimensiones, que ya debemos saber que el microondas es muy mirado para esto de los tamaños y a los chiquetetes los achicharra y a los grandotes los caliente sin más.
Desmenuzamos la merlucita y la mezclamos con la roux y reservamos.
Recortamos un trozo rectangular de hojaldre comercial que sea gordito. Le ponemos bordes para formar una bandejita que sujete el contenido y pinchamos el fondo con un tenedor. Metemos al horno a 180 graditos y lo dejamos allí hasta que suba y dore, aunque para obtener un bronceado tipo Bari, Maspalomas o simplemente Playita de las Mujeres, lo podemos pintar con huevo batido, que es muy recurrente y varonil. Lo sacamos, y lo rellenamos con la mezcla de la roux, lo cubrimos con queso mozarela para gratinar y lo llevamos a la rejilla del horno hasta que se dore.
Y estas son las famosas Catiuscas que comeremos recién sacadas del grill.
Se apreciará que por ingredientes y elaboración es una receta genuinamente rusa del todo, de la parte esa que hacen las "matrioskas" de florecitas tan monas.
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