Nueva colaboración de mi compañero y amigo José A. San Miguel, reflexionando sobre el rumbo que ha tomado el país y vislumbrando lo que nos espera durante la travesía.
Productividad y reforma laboral
Estamos hartos de oír, especialmente a los economistas, que una de las principales carencias de nuestra economía es la falta de productividad y, como consecuencia, de competitividad. Repetir una cosa muchas veces no la hace verdad, pero parece que, a fuerza de oír tantísimas veces esta aseveración, la hemos aceptado como verdadera. No estoy de acuerdo, especialmente cuando se focaliza en el trabajador y no en el empresario. Este argumento, el de la baja productividad, sustenta, entre otros, la necesidad de una profunda reforma laboral, queriendo remarcar así la culpa del trabajador y sus excesivos derechos.
Aceptando como concepto que la productividad mide la relación entre lo que produzco y lo que me cuesta producir, querría profundizar en los costes laborales, que es lo que me mueve a escribir esta reflexión.
Es evidente que el nivel salarial del que “disfrutamos” en España no es, de lejos, de los más altos de Europa. No somos los últimos en este aspecto, pero si miramos la lista veremos que hay muchos países por delante y no tantos por detrás. Desde luego Alemania, Francia e Inglaterra están muy por encima nuestro. Inglaterra, por poner un ejemplo, casi nos duplica en salario medio. Primera conclusión: el salario no será tan importante.
Un tópico muy extendido sobre nosotros los españoles es que trabajamos poco. En términos reales esto no es cierto, trabajamos más horas que los países antes mencionados o, por lo menos, estamos más horas en nuestro puesto de trabajo. Si no somos productivos querrá decir que, en muchas de esas horas, no hacemos nada útil o que hacemos las cosas con lentitud y eso merecería un análisis en profundidad.
Si la baja productividad fuera culpa del trabajador tendríamos que concluir que la mayoría de los españoles somos unos flojos y que las leyes, además, lo permiten y amparan. Malos trabajadores hubieron, hay y habrán siempre, en España y en todas partes. Esto es indudable. Aislarlos sería lo conveniente y no penalizarnos a todos con esa excusa. Segunda conclusión: el número de horas “presenciales” no es tan importante.
Claro que también podría ocurrir que nuestra menor productividad sea debida a procesos productivos inadecuados u obsoletos. Yo me inclino a pensar que esta es la causa y no la primera. España siempre fue un país que vivió de la agricultura, la ganadería y la pesca y a la que la revolución industrial pilló muy de refilón. El País Vasco y Cataluña fueron agraciados con la pedrea de ese sorteo y son, hoy por hoy, las mejores en este aspecto dentro del panorama español. Al resto de España no alcanzó a llegar el cambio de modelo económico y hemos ido siempre a remolque de los tiempos, incapaces del sorpasso (dedicado a Julio Anguita) necesario para igualarnos a los mejores. Se trataría pues de modernizar nuestro sistema productivo y de crear una cultura empresarial inexistente hasta el momento, más allá de la del pelotazo y la subvención.
El sentido común, mi sentido común me dice que la reforma laboral no va a mejorar la productividad. Ni va arreglar nada en absoluto. La inestabilidad en el puesto de trabajo y, por consiguiente (dedicado a Felipe González) la desconfianza (dedicado a Mariano Rajoy) en nuestra particular situación económica a medio/largo plazo, hará que gastemos (léase consumamos) lo imprescindible y necesario. Ni compraremos casa (de todas las maneras el banco no nos iba a dar el crédito hipotecario por lo precario del trabajo) ni compraremos coche (aunque se reimplante el plan prever, que los seguros, la gasolina y los radares lo harán imposible), ni lavadora, ni nada……hasta que no se caigan a “peasos”.
¿Para qué producir tanto si no se va a vender? ¿Para vender en el extranjero? No me seas tarugo, que los de afuera también se lo están currando para vendernos a nosotros sus productos. Ahí sí que lo tenemos crudo. Si buscas precio, productos chinos. Si buscas calidad, productos alemanes, japoneses o, incluso, y muérete ya, Koreanos del Sur, que los de AESA de allí parece que lo hacen muy bien, por no hablar de electrónica o automoción.
Pero, ¿cómo arreglamos todo esto? Difícil, ¿no? Pues para eso, entre otras cosas, elegimos a nuestros políticos. Lo triste es que no acertamos, al final todos eligen el camino más fácil. Se pliegan a los requerimientos de los más poderosos y sabios. Por cierto, los tiempos han venido a convertir a estas palabras casi en un pleonasmo, los poderosos son sabios porque pueden “obligarnos” a creer en lo que nos dicen, aunque no tengan razón. Y ellos dicen que el problema somos nosotros, los trabajadores.
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