Oporto, segunda entrega...........más digna
Escribíamos ayer que Oporto chochea por abajo mientras te la clava por arriba. Esa es la Cruz; la Cara de esta moneda más vieja que antigua conserva una parte revitalizante y alimentadora del centro babeante de la ciudad del Douro.
Una hermosa y moderna Oporto se asoma al río por el oeste de la ciudad, con edificaciones modernas, grandes avenidas y algún que otro indicio que la cosa está más que cortita en toda Portugal. Existe una cierta aprensión a carteles de calles o carreteras y si no te desayunas con un buen mapa actualizado o un navegador decente (la mayoría son grandes mojones que te colocan en el Sáhara mientras te tomas una cerveza en la plaza de Las Flores, un poné) te puede crecer la barba, —con sus canitas— mientras buscas la autopista de DondeSea.
Multitud de barcas raras, copias de las que movían barriles a lo largo del curso luso del Duero, te trasladan bajo los seis puentes (Es la ciudad de los puentes, según los portugueses) todos diferentes, algunos nuevos y otros de finales del XIX exquisitamente diseñados y construidos, como el del infante Luis I o el de María Pía, remachados a solapé, fuertes y estéticos. Contemplar la puesta del sol mientras navegas en uno de estos singulares buques es preceptivo, pues además de la panorámica paisajista de sus riberas (Oporto y Vila Nova da Gaia) el sol se oculta justo en la Foz do Douro, en la desembocadura, sobre el mar, conformando una bellísima estampa que tanto apreciamos los que por fortuna vivimos en las ciudades costeras con orillas a poniente.
Monumentos que aun conservan un pasado esplendoroso y que mantienen la dignidad, como los Clérigos, la Catedral, el esplendor de los edificios de la Praça da Liberdade, la hermosa librería de Lello e Irmao en cuyo interior se grabaron secuencias del JarriPoter, la cafetería Majestic trasnochado lugar donde tomar café o té (chá en luso) aun es un rito y algún que otro símbolo que denotan un pasado más fastuoso que los tiempos que corren paseados en tranvía de principios del XX, renqueantes, vibrantes y hermanos lejanos de aquellos que nos llevaban a Cortadura.
En la visita al mercado de Bolhao no pude por menos que recordar el mercado de abastos de Cádiz, antes de la remodelación que te obliga al paraguas para comprar pescado durante los días de lluvia. Este de Bolhao también luce calichas en las paredes y años de abandono, aunque el surtido de verduras y frutas es digno, no así tanto el de pescado que ofrecía sardinas, boquerones y carapaus (jureles (Trachurus trachurus)) que suelen secar junto a voladores y bonitos.
Aunque esto se compensa con la estación de Sao Bento profusamente adornada de azulejos azules, siempre azules en toda la Lusitania, donde se representan momentos históricos y notables de nuestros vecinos.
Y ahora, antes de describir que se debe hacer para comer bien en la ciudad del Vinho, permíteme (tuteo ante la certeza que tu eres el único lector) relatarte algo de la historia de esta "Chocha cidade".
Allá por 1.415, el padre de las navegaciones oceánicas, el Infante D. Enrique el Navegante (este personaje nunca se embarcó, ni siquiera fue a pescar chapetones (Diplodus Sargus Sargus); no obstante, el pueblo luso, muy similar a los Pachis (Patxi et Arzalluz dixit, si se tiene Rh-) de Bilbao en ponderación gratuita de todo y todos, ha tenido a bien colocarle el epíteto suprarrealista de "Navegante".......con dos cojones) armó una flota para conquistar Ceuta para la corona portuguesa bajo la cual estaba su padre Juan I.
El abastecimiento de la flota supuso el exterminio de todo el ganado vivo de Oporto y sus alrededores, permaneciendo en la ciudad solo las tripas del ganado sacrificado, cuya carne seca y oreada para su conserva, se embarcó en la flota para alimentar a los "valorosos marinheiros, para empreederem uma tão longa e gloriosa viagem" ¡Con un par de cojones con rodilleras de carbono y bate de beisbol!.
Quedaron así los habitantes de Oporto con los mondonguillos y tripas del ganado embarcado, como único sustento proteínica. Una gracia del Infante, que no contento con la jugada de el "me llevo la chicha y os quedáis aquí con los mojones" marca a hierro a los portuenses con el sugerente gentilicio de "Tripeiros".
Y de este simpático sambenito surge, viene a güevo, "A confecçao das Tripas a Moda do Oporto".
Estamos en Oporto. La noche anterior cenamos chungo y luego no nos podíamos sentar (Heridas de guerra efecto del sablazo del D. Tonho). Sabemos que se llaman tripeiros..........PosVamosAProbar las tripas, por simple deducción.....y sin red de seguridad.
El establecimiento, como no, Tripeiro. Amplio, aseado, sobrio, casi lleno de parroquianos y buen aspecto en general. En la rúa Passos Manuel, 195, de excelente servicio, comunicación en castellano (lo de este pueblo vecino no tiene parangón con el esfuerzo de falar "portuñol") y buena y abundante oferta.
Arroz do frango (Arroz de pollo) que pedimos para tres-3-tres y dispuso para siete adultos y cuatro niños gorditos (Rh-, pues), Bacalhau asado no forno y como no, Tripas á moda do Oporto.
Unos entrantes de croquetitas, buñuelitos de bacalhau y otras maritatas, para confirmar la costumbre de la ciudad de la bandejita previa al "almorço", todas de inmaculada ejecución y muy buenas. Al alivio, un excelente vino tinto de la D.O. de Dão que si hubiera sido de origen español aun estaríamos pagando la "garrafa" (Acertada expresión portuguesa para las botellas y más lograda que la catalana "ampolla" que es la pedrea de la lotería con la de premios que te pueden dar).
El arroz, bueno y escaso, por que el pollo era más que abundante y ocupaba casi todo (Pa mi que eran dos por lo menos, o era un fenómeno; conté 4 muslos), buen pollo por cierto como es raro encontrar por aquí.
El bacalao una delicia de lomo enorme, bien desalado, a la brasa con papas con su piel que no probé para evitar un pasmo, ajada ligeramente frita y cebolla de adorno. Manejan un bacalao (Gadus Morhua) de calidad superior y con las dimensiones que se gastan, asado es la preparación ideal al quedar jugoso.
En cuanto a las famosa tripas, una cazuela para unos pocos, es un plato de habichuelas blancas cocidas con un fondo de cebolla, zanahoria, col verde y picada de cilantro tan habitual en la cocina lusa, callos y chorizo picante de singular aliño; todo en su color, nada de pimentón.
Muy buenos, dignos y cercanos a nuestro menudo, salvando las diferencias.
En conjunto meritorio establecimiento que salvó la dignidad culinaria de Oporto, rematando la jugada con unas copas de bagazo de hombre que a guisa de bajativo cumplió con las expectativas.
Y ahora, cuando vayas a Oporto, te das un pequeño homenaje en Tripeiro y olvídate del Cais da Ribeira que es para los guiris de andalias con calcetines.
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